viernes, 6 de abril de 2012

No hagas enfadar a la abuela Luci (capítulo 4)




Olivia y la Abuela Luci comprendieron que si querían encontrar al duende de las velas de cumpleaños debían ser discretas y no contar nada a nadie.

- Tenemos que deshacernos de tus padres – afirmó la Abuela Luci frotándose las manos pensativamente.

Convencer a Papá de que las dejara pasar el fin de semana juntas no fue sencillo. Conocía bien a su madre y sabía que era muy independiente y que nunca había prestado demasiada atención a sus nietos.

- ¿Por qué de repente este interés? Te conozco y sé que estás tramando algo.
- Hijo mío, no seas desconfiado. Simplemente me he dado cuenta de que Olivia es casi una mujercita y me apetece pasar tiempo con ella.

Con estos argumentos ambas consiguieron que finalmente Mamá y Papá aceptaran que Olivia pasara el fin de semana con la Abuela Luci.

- ¡Qué emoción! Todo el fin de semana fuera de casa– exclamó Olivia cuando estuvieron en la calle – ¿Vamos a tu casa en autobús?
- ¿En autobús? – preguntó la Abuela extrañada – Pero si tengo el coche ahí mismo…
- No sabía que conducías, Abuela. Nunca me habías enseñado tu coche.
– Nunca me lo habías pedido, querida. Mira, es ese.

Señaló con el dedo un destartalado coche verde aparcado en la acera de frente. Olivia sonrió complacida y se sentó con alegría junto a su Abuela. Dentro olía a polvo y a humedad. Era el automóvil más viejo que había visto nunca. Debía tener un millón de años y no paraba de hacer ruidos extraños, como si le costara dar cada acelerón, como si le doliera en el alma cada frenazo que la Abuela Luci, que conducía como una loca, le obligaba a dar.

- Abuela ¿crees que recuperaremos mi fantasía?
– Por supuesto, si tu Abuela Luci se propone algo no dudes que… – y antes de terminar la frase ya estaba pitando con furia a un pobre peatón que trataba de cruzar el paso de cebra.

Veinte minutos después llegaron a casa de la Abuela. Rito y Rita, sus gatos siameses se abalanzaron melosos hacia su dueña cuando esta abrió la puerta.

- Pequeños, no puedo acariciaros ahora. Olivia ha perdido su fantasía y tenemos que hacer algo para recuperarla.

Los gatos parecieron entender a su dueña y se alejaron con elegancia hacia el sofá.

- Olivia, antes de nada voy a preparar un chocolate para las dos. Para pensar es necesario comer.

Al rato, la Abuela Luci trajo dos enormes tazas con el chocolate más sabroso y espeso que Olivia había bebido nunca. Se quitó las zapatillas y se acurrucó en el sofá junto a Rito y Rita. Se encontraba tan a gusto ahí que llegó a pensar que el encuentro con el duende de las velas de cumpleaños nunca había tenido lugar.

- Ay Abuela, estoy pensando que a lo mejor no es tan grave eso de quedarme sin fantasía. Estoy muy bien sin ella, no la echo en falta.

Al escucharla, la Abuela Luci pegó tal grito que Rita y Rito huyeron asustados hasta la cocina. Su expresión se había vuelta dura y su mirada de hielo. Olivia se arrepintió al instante de haber hablado.

- ¿Qué has dicho? ¿QUÉ-NO-ES-TAN-GRAVE-QUEDARSE-SIN-FANTASÍA?
– No, no, no abuela, no quería decir eso…
– Mejor, porque como vuelva a oír que la fantasía no sirve para nada…¡me voy y te quedas sin abuela!

Los gatos, asustados ante el tono de su dueña salieron pitando hacia la cocina y Olivia quiso salir corriendo con ellos para escapar de la regañina de la Abuela.

- Lo siento. Prometo que no volveré a decirlo.
– Ni a pensarlo…
– Ni a pensarlo, Abuela, pero no me dejes sola con este lío…

El rostro de la Abuela Luci se relajó y soltó una carcajada.

- Así está mucho mejor. Ahora déjame que te cuente lo que se me ha ocurrido para volver a encontrarnos con ese duende granuja…

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