lunes, 2 de abril de 2012

¿Qué me ha pasado? (capítulo2)




Cuando Olivia se despertó la mañana después de su cumpleaños se sintió terriblemente cansada. Le dolía la espalda, las rodillas, el cuello y hasta las manos. Nunca le habían dolido las manos. Las miró asustadas y descubrió con terror que sus dedos estaban hinchados y la piel era arrugada y áspera como la de la abuela. Olivia se miró la punta de su melena que se había vuelto plateada y no pudo evitar gritar horrorizada.
Al escuchar aquel chillido, Mamá asomó su cabeza por la puerta.
- Olivia, ¿estás bien?
- Nooooooooooo. Soy mayor ¡Me he convertido en una vieja!
Mamá miró a la niña con sorpresa:
- ¡Qué bobadas estás diciendo, Olivia! Que has cumplido siete años, no setenta…
- Pero mírame: tengo la piel arrugada, el pelo gris, soy una abuela…
- Olivia, estás como siempre: has debido tener una pesadilla – y ante la cara incrédula de su hija, Mamá le acercó un espejo.
Mamá tenía razón. La misma Olivia de siempre seguía al otro lado del espejo, con su pelo rojizo, su ojos despiertos y su piel suave y rosada. Sin embargo, al observarse a sí misma, Olivia seguía viendo su cuerpo deformado y viejo y se sentía tan cansada como si hubiera vivido cien años. ¿Qué estaba pasando?
- ¿Ves como todo está bien, cariño? Solo ha sido un mal sueño…
Olivia recordó entonces al duende de las velas de cumpleaños. ¿Habría sido eso también un sueño o tendría que ver con su estado actual? Estuvo tentada de contárselo a Mamá pero supo que no la creería nunca. Los mayores nunca creían esas cosas. Pero ¿y ella?, ¿creía de verdad en el duende de las velas de cumpleaños?
“¡Qué bobada! Ha debido ser un sueño, como dice Mamá, y lo de las arrugas…es que todavía estoy un poco dormida…”
Pero como no estaba muy convencida, decidió hacer una pequeña comprobación cuando Mamá se hubiera ido de la habitación.
- Si es verdad lo que me dijo el duende, no debería poder leer todos estos cuentos.
Olivia cogió uno de los libros de la estantería. Se trataba de un pequeño libro de tapas rojas que tía María le había regalado las pasadas Navidades y que, por supuesto, no se había leído. Lo abrió y contempló las ilustraciones pero junto a ellas no había letras: las páginas estaban vacías. Alarmada, fue abriendo uno a uno todos los libros de la habitación.
No contenían nada. Las letras habían desaparecido

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